“Es mi religión perenne la que me obliga a vivir, no mi poesía: esa dulce joven respetuosa ya ha desaparecido entre los secretos de mi memoria. Pero, ¿la memoria tiene secretos? Cuando se desmemoria”.
Que no os engañe la dimensión: este libro contiene un tesoro. Un tesoro en estado puro. Lleno de pureza. Y de verdad.
Alda Merini se sincera: nos habla de su vida, de sus peores momentos, del manicomio, de la religión, del amor, del sexo y de la vida. También de la muerte. Y lo hace en forma de poesía. Una biografía poéticamente fidedigna. Un diario personal que va hipnotizándote. Y con el que te dejas llevar.
Sabes, mientras lees la historia, que este libro se escribió por necesidad, por hambre y por dinero. Alda Merini necesitaba hablar de la locura que la atormentaba; hacerla viva. Es por eso que el relato atrapa: porque es tan real que da miedo.
Ella dice: “lo que escribo aquí no es verdadero ni verosímil, ya que cuento lo espantoso de manera idílica”.
En él hay pensamientos, anécdotas, diálogos, historias, sentimientos y, otra vez, esa mágica poesía hecha palabra. O palabra hecha poesía. Da lo mismo. Da miedo que una persona pueda llegar a sentir tantas cosas juntas.
Supongo que las propias experiencias conforman la producción literaria de los escritorxs. Merini fue hospitalizada en varias ocasiones y su enfermedad mental la persiguió a lo largo de sus días. La narración, pues, como era de esperar, no es fácil. Son 90 páginas que se tienen que dosificar, entender, estudiar, reposar. Dejar nutrir. Y vale mucho la pena.