Ay, pues no sé. Este libro es un vaivén. Es como uno de esos platos combinados que nos sirven en los bares de barrio, bien ricos, aliñados y fritos: al principio nos los comemos con gula, con ansia, nos encantan; por la tarde, sin embargo, ese frito acaba por aposentarse mal en nuestro estómago y al final tenemos esa sensación de haber disfrutado en su momento pero estar sufriendo más tarde las consecuencias.
Esa es la percepción que me ha quedado después de haber leído “La mejor madre del mundo”. Al comienzo me estaba encantando el libro, lo estaba disfrutando y estaba absorta en la manera de escribir de Nuria Labari. Entre ficción y realidad, cuenta cómo se enfrenta una mujer esteril al mundo real. Y no solo eso: cuenta cómo, con casi cuarenta años, esa mujer esteril decide hacer caso a su propia voz y quedarse embarazada. Habla sobre la maternidad. Habla sobre ella.
Hasta aquí todo Ok. La cosa (a mi parecer, ojo) se desmorona justo en el momento en que intenta abarcar más temas de la cuenta. Creo que se desvía. Llega también a defenderse de ataques que no han llegado (habla de feminismo, habla de amor hacia el hombre, luego de odio, luego de amor, ahora se me pasa, ahora no, ¿serán las hormonas?). Aparecen personajes sin sentidos para que esa ficción (?) tome fuerza. Y luego están las decisiones que se toman al final del libro que llegan así, de sopetón y casi sin explicación, después de tener una historia detallada y bastante bien encaminada desde el principio.
Pues sí. Me quedo con el inicio: con esa intención, con esos primeros capítulos, con ese sentir hecho arte. Coherente. Todo lo demás intentaré olvidarlo para que solo me quede el recuerdo de lo que, para mí, ha sido mejor.