Laetitia Colombani es siempre tan sensible, te llega tan fácilmente al corazón que a veces lo único que quieres es dejarte llevar y prenderte de todo ese sentimentalismo, ese dulce dolor.
Leí “La trenza” hace un tiempo y me encantó. “Las vencedoras”, al igual que el primero, es una historia sencilla, que atrapa rápido y con la que empatizas fácilmente. Colombani siempre parte de una protagonista -o unas protagonistas- que carecen de algo, que buscan y que se sienten perdidas. Que te cautiven es fácil: la fragilidad siempre conmueve.
En esta historia tenemos a Solène, una abogada que, un día, pierde un juicio. En el primer párrafo del libro sucede algo que será solamente la primera vuelta al engranaje eterno de la protagonista: su cliente, después de perder el caso, se suicida.
La depresión siempre ha sido un tema empleado en las novelas de este tipo. Siempre he opinado que es más fácil explicar cómo te sientes cuando estás triste que cuando estás contento. Será que nuestro dolor nos hace más vulnerables, nos hace más “pensantes”, nos hace más sabios. Es por eso, supongo, que nos dicen que no hay mayor triunfo que el aprender equivocándose.
Y Solène se equivoca. Mucho. Y aprende. Rodeada de mujeres. De unas mujeres que no conoce, que tienen un pasado: que han sufrido más que ella y que han aprendido a vivir con muy poco. Será de esta manera cómo la protagonista entra en un hogar para mujeres con grave riesgo de exclusión social. Entrara en él, de puntillas, pensando que su objetivo principal es conocer a toda habitante que resida ahí, sin saber, también, que con eso conseguirá conocerse más a sí misma.