“¿Cómo se corrige el error de estar vivo? ¡He visto a muchos muertos pero no he aprendido cómo se muere uno!”
Estos cuatro cuentos se han convertido en una de mis recopilaciones favoritas sobre la literatura en general, sobre la vida y sobre la guerra. Tenía “Los girasoles ciegos” pendiente desde hace mucho tiempo, esperándome, en la estantería de casa. Fue un regalo de cumpleaños y lo iba posponiendo porque pensaba que, burra de mí, no me gustaría tanto como otros que lo acompañaban.
“Un girasol ciego es un girasol que no busca el sol, un girasol inmóvil, un girasol -podría decirse- derrotado. Y la certeza de la derrota, de ese vacío que atenaza tanto a los vencidos como a los vencedores de la guerra, es lo que anuda las cuatro historias de este libro”.
Unos personajes que se ven inmovilizados y atacados por la posguerra española. Unos personajes que les toca enfrentarse a un destino. Ellos: distintos, aunque parecidos. El destino: igual. Las cuatro historias se parecen y son tan diferentes que se repelan. Las cuatro voces que las narran también. El miedo, no.
Ninguno de los cuentos es real, aunque podría serlo. Cuando hablamos de guerra y de muerte, ¿dónde está la frontera entre una cosa y la otra? Todo se mezcla, se parece, se diferencia. Es duro, crudo, sincero. Es una obra de arte. Y es muy difícil no hablar de ella sin hablar de más.
Sé que hay una película española dirigida por Jose Luis Cuerda que se adaptó al libro. Si alguien la ha visto, ha leído los relatos y puede decirme que no me dará un ataque al corazón, a lo mejor me dispongo a verla (me da un poco de miedo que la excelente opinión que tengo del libro se vea difuminada por culpa del film, qué le vamos a hacer).
Alberto Méndez solo ha escrito ESTO y fue capaz de convertirlo en clásico contemporáneo. ¿No es razón suficiente? Leedlo, rompeos y entended lo que os digo.